martes, 28 de octubre de 2008

La justificación



Lo siente llegar; antes ha escuchado a su espada atravesar los cuerpos de sus pretendientes y ha visto el aire lavado por una llovizna de tres días. No sale para no apreciar la catástrofe que de ser vista aminoraría la cantidad de imágenes con las que su imaginación ha surtido a su recuerdo los últimos años y con las que malsueña.
La robusta figura se posa en el umbral y esa silueta ensombrece con tanta fuerza el interior de la alcoba que la claridad que la rodea cruje como un madero de galeón. Ella lo distingue, con los ojos acristalados. Tiene la mano lista para propinarle una bofetada épica que le recuerde a ése su hombre que le faltó por tanto tiempo, el dolor de su ausencia. Sin embargo sus iras, lo primero que hace al notar que efectivamente es él, Ulises, quien llega, es abrazarlo y besarlo en los párpados. De pronto, se separa bruscamente y la furia femenina se apodera de su cuerpo, como de él la redescubierta belleza incomparable de Penélope, que Cronos se había encargado de borronearle de la mente.
-Y bien -dice Penélope con la voz temblorosa de rabia y excitación-, ¿qué mentira me vas contar? ¿Por qué tardaste tanto en volver?
La hace sentar, no sin bañarla en besos, para apaciguarla y darse aliento. Y el vagabundo Ulises, rodeado de sombras, se inventó La Ilíada y La Odisea.

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