viernes, 6 de agosto de 2010

Dos rasgos







¿Qué quiere hacer el hombre que se acoda a una barra de bar, a centímetros nomás de la copa semivacía de whisky que ha pedido hace tres horas y media, aproximadamente, y que aún no le da el decoro de fulminarla de un sorbo? ¿Piensa que el mundo se renueva al punto en que no hay cómo aculpar a Dios de las bendiciones, porque tampoco se atreve a hacerlo con las maldiciones que lo acongojan y que lo tienen en un bar infame listo para beber y sentirse tentado a no acabar con el suplicio, lo que en este caso quiere decir a no embriagarse, postergando así al Infierno tan prometido? Es curioso que el hombre sepa que a medida que pasan las horas la desdicha va adquiriendo una propiedad mucho más intensa de insatisfacción. ¿Querrá el hombre, querré yo que la desdicha se hastíe de esperarme y me deje por fin con la satisfacción real y celestial de un trago de whisky? Eso mismo piensa el hombre cuando camina rumbo a su hogar: "¿querrá mi dicha acabarse para la satisfacción de los demás?"

Si un hombre inteligente se entera que padece cáncer y sólo le quedan meses de vida y queda aturdido y no sabe qué hacer consigo mismo, adónde dirigirse y en un burdel ase de un brazo a una joven llena de vida pero tonta mientras ella intenta marcharse para decirle "quiero ser como tú, ¡pero no sé cómo!", ese rato el hombre inteligente aprenderá algo nuevo, por fin: no eres el único que tiene dificultades.

1
La belleza de ahora, la nueva, también requiere artistas que la puedan plasmar en lienzos, vídeos o páginas, porque la nueva belleza, aunque podría afirmarse que no es otra cosa sino un híbrido de todas las bellezas anteriores, se trastoca a sí misma a cada instante.

2
Acaso la verdadera belleza contemporánea radica en la tolerancia entre hombres heterodoxos y lo contrario con los ortodoxos, aquellos hombres extremos que opinan que el mundo gira en torno a sus posiciones ideológicas, políticas o religiosas (y que ningún purista se me venga a jalar los pelos por distinguir entre política e ideología).

3
La belleza es destrozada por los propios infiernos.

4
Contar una historia corta, un cuento, digamos, es emprender un viaje, a Praga, a La Muralla China, al dormitorio de la niña minifaldera que hemos anhelado desde hace dos años o más; contar una novela, redactarla, es mudarse a vivir con aquella niña y gozarla a diario pero también padecer sus caprichos insondables y sus muchos berrinches. Escribir poesía, ¡ah, escribir poesía!, eso es ir a la guerra, con o sin la muchacha, contra ella, quizás. Con ella, hay que fajársela para defenderla, para proteger nuestro bien invaluable y a que ningún rasguño la afecte en lo mínimo (ella bien puede estarse limando las uñas mientras combatimos estoicos contra una batallón que podría ser una reminiscencia espartana); sin ella, la guerra implicaría el intento raudo y alocado por volver adonde ella. Contra ella, eso es la temible y lo verdaderamente grandioso. Contra ella en la cama, digamos, cuando un hombre no tiene la menor gana de tocarla, y termina por satisfacerla.

5
Las tumbas de los hombres grandes provocan estruendos, y las lápidas se van borroneando paulatinamente. Es entonces cuando nace un nuevo gran escritor, cuando imagina lapidariamente -nunca mejor dicho- que su nombre es el que ahí yace tallado.

6
Entonces Shakespeare baja de la Luna, y dicta al oído atento, como un viento que se entretiene con unas golondrinas.