martes, 17 de febrero de 2009

Mayo es para todos

Parecerían caer mil soles sobre el poblado. Los techos de zinc relucen y las ramas de los árboles se van quedando sin hojas. Se logran escuchar escazos sonidos, tal vez porque casi nadie se mueve; apenas se limitan las personas a agitar sus abanicos y mecerse en sus sillas mecedoras, adormilándose, sudando y quedándose sin aliento por no hacer nada. Los que más, llevan y traen pedazos de carne y botellas de agua o aguardiente que les sirva para tener fuerzas para arrear el poco ganado que todavía tiene ganas de moverse. Pero de entre ese silencio, se logra escuchar un sonido peculiar por inhabitual, un serrucheo constante que proviene del pie de la colina, allá donde se pierden los árboles y nace esa enramada que les ha servido a más de un violador como telón.