viernes, 17 de octubre de 2008

La invención de Morel y eso que llaman retornografía



"La invención de Morel" de autoría del escritor argentino Adolfo Bioy Casares, una de las letras prominentes, históricamente, de América latina, es una de las piezas indispensables en el entorno literario latinoamericano, aparte de gustarnos a Roberto Bolaño, Jorge Luis Borges (íntimo amigo de Bioy) y a un servidor. Comparte un sitial preponderante con novelas como Cien años de soledad, de García Márquez, Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato, José Trigo de Fernando del Paso, Pedro Páramo de Juan Rulfo, (me atrevo) Los detectives salvajes de Bolaño y una contada de obras más, donde corresponden nombres variopintos como Miguel Ángel Asturias o Juan Carlos Onetti o...
De la trama de La invención de Morel se pueden extraer muchas conclusiones y, lo que es mejor, muchas controversias. Pero lo verdaderamente importante de esta obra, por no decir impresionante, es la calidad con la cual ha sido narrada y lo que en sí dice: una historia que, en pocas páginas, se abastece a sí misma hasta complementarse. Contiene amor, fantasía meditada -y léase con cuidado lo que anoto-, incluso ciencia y unos toques de existencialismo y monólogo interior dignos del mejor. Por eso, léanla, reléanla. Borges, en el prólogo a la obra original, del cual no puede prescindir una buena edición, dejó dicho que no le resultaba una hipérbole o una exageración calificarla de perfecta. Pues sí, lo es. Imaginación razonada... cosa rara en América latina, fluye explicativa y connotativamente hasta dejarnos una sensación de llenura, pero no una llenura que urja desahogo, sino una llenura que reclama reposo, discernimiento, entendimiento. Algo, luego de leerla, parecería completarse en uno y en el mundo de uno... Cabe asimismo leerla (o ya de plano releerla) como lo que es: una digna pieza defensora de un lenguaje, de un idioma como nuestro español que de tanto modismo y tanto neologismo de poco en poco se va perdiendo, lo vamos perdiendo... Escrita en un estilo pulcro y aun refinado, se hace fluida e integra así a la historia con la calidad narrativa. Eso sí, en esta obra hay poca metanarrativa; quiero decir que está bien escrita, que es una novela en el más sincero de los términos.
Para quien no la ha leído, le resultará una sorpresa, además de dejarle un sabor en la boca de deber cumplido. ¿Cuántas veces, vuelvo a preguntar, en nuestro entrañable continente, se imagina razonablemente?
El eterno regreso está presente en La invención de Morel no sólo por el tema, sino por la forma. Se hace la escritura del regreso, la retornografía con la que titulamos nuestro texto. A lo largo de la novela se percibe una estructura que establece el efecto del retorno y que se basa en la repetición de los acontecimientos. Faustine va diariamente a las rocas de la playa a leer y a mirar el sol, y el fugitivo la mira a escondidas todos los días. Las conversaciones entre ella y Morel se repiten, el sonido de “Té para dos y Valencia” reaparece innumerables veces y, además, hallamos citas de Cicerón sobre el regreso y aún alusiones al mito de Isis y Osiris; es decir, se construye también una sintaxis de la repetición, que contribuye para producir el efecto retornográfico que el libro logra.
En fin. De una obra como ésta no se puede hablar hasta el fin, porque no lo tiene. Todo buen creador lo sabe (a lo Fontanarrosa): hay que crear el infinito, y hay que olvidar acabarlo.

1 comentario:

Marcos dijo...

Estimado,
Acabo de leer su comentario acerca de La invención de Morel y me ha interesado mucho.
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y recorrerlo.
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Cordiales saludos,

Marcos Carbajo