De peluquería y futuros atardeceres
Carlos Vásconez
Triste es la palabra que define el amanecer del primer hombre cuando vio a su mujer sin cabellera. Cómo temió este primer hombre, el del fuego y la rueda, aquel que pronto moriría de peste, para quien lo único que blasonaba su escudo era el oro y el púrpura de muchos heráldicos atardeceres. Al verlo, el sol era de otro; el hambre satisfecha, de todos menos él; su mujer, de nadie. Cuánto le costaría descubrir que esa rebelión era también una tiranía para su otredad, y que se convertía, ahora, en el fantasma perfecto de un gentil, de un postrer caballero. ¿Cómo comprendió a esa voz inconcebible que le hablaba desde adentro diciéndole que le tocaba vencer a los rivales por la mujer sin cabello que le había usurpado la definición de varón?
Se arrojó al pecado, por comprenderlo; al azar, por temerlo. Guerreó ansioso, en busca de demostrarse valentía, antes que se borre la luz. Ensangrentado, volvió a casa esa noche. Su mujer lo recibió con alimentos calientes, con el amor predispuesto y con esa cosa rara que contraía su cara y que no había visto, su sonrisa. No extrañó su cabellera hasta que rebrotó. Con un antiguo estupor, la acarició.
Esa misma inocencia que la movió a buscar sonrisas, ese mismo instinto, esa misma idea que rauda la acometió, fue la que la llevó a pelar melenas femeninas y a fundar lo que bien puede ser el primer gran negocio de los hombres, un negocio de mujer.
Cuenca, 12 de septiembre de 2008
Carlos Vásconez
Triste es la palabra que define el amanecer del primer hombre cuando vio a su mujer sin cabellera. Cómo temió este primer hombre, el del fuego y la rueda, aquel que pronto moriría de peste, para quien lo único que blasonaba su escudo era el oro y el púrpura de muchos heráldicos atardeceres. Al verlo, el sol era de otro; el hambre satisfecha, de todos menos él; su mujer, de nadie. Cuánto le costaría descubrir que esa rebelión era también una tiranía para su otredad, y que se convertía, ahora, en el fantasma perfecto de un gentil, de un postrer caballero. ¿Cómo comprendió a esa voz inconcebible que le hablaba desde adentro diciéndole que le tocaba vencer a los rivales por la mujer sin cabello que le había usurpado la definición de varón?
Se arrojó al pecado, por comprenderlo; al azar, por temerlo. Guerreó ansioso, en busca de demostrarse valentía, antes que se borre la luz. Ensangrentado, volvió a casa esa noche. Su mujer lo recibió con alimentos calientes, con el amor predispuesto y con esa cosa rara que contraía su cara y que no había visto, su sonrisa. No extrañó su cabellera hasta que rebrotó. Con un antiguo estupor, la acarició.
Esa misma inocencia que la movió a buscar sonrisas, ese mismo instinto, esa misma idea que rauda la acometió, fue la que la llevó a pelar melenas femeninas y a fundar lo que bien puede ser el primer gran negocio de los hombres, un negocio de mujer.
Cuenca, 12 de septiembre de 2008
1 comentario:
mi estimado, yo conozco tus infulas asesinas, demoniacas, y pervertidas. En la superficie y en el fondo no matas ni una mosca,...ahora si la mosca lleva falda?
salud Carlos, y que vengan mas de estos cortos o cortes
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