lunes, 20 de octubre de 2008

De peluquería y futuros atardeceres

De peluquería y futuros atardeceres
Carlos Vásconez



Triste es la palabra que define el amanecer del primer hombre cuando vio a su mujer sin cabellera. Cómo temió este primer hombre, el del fuego y la rueda, aquel que pronto moriría de peste, para quien lo único que blasonaba su escudo era el oro y el púrpura de muchos heráldicos atardeceres. Al verlo, el sol era de otro; el hambre satisfecha, de todos menos él; su mujer, de nadie. Cuánto le costaría descubrir que esa rebelión era también una tiranía para su otredad, y que se convertía, ahora, en el fantasma perfecto de un gentil, de un postrer caballero. ¿Cómo comprendió a esa voz inconcebible que le hablaba desde adentro diciéndole que le tocaba vencer a los rivales por la mujer sin cabello que le había usurpado la definición de varón?
Se arrojó al pecado, por comprenderlo; al azar, por temerlo. Guerreó ansioso, en busca de demostrarse valentía, antes que se borre la luz. Ensangrentado, volvió a casa esa noche. Su mujer lo recibió con alimentos calientes, con el amor predispuesto y con esa cosa rara que contraía su cara y que no había visto, su sonrisa. No extrañó su cabellera hasta que rebrotó. Con un antiguo estupor, la acarició.
Esa misma inocencia que la movió a buscar sonrisas, ese mismo instinto, esa misma idea que rauda la acometió, fue la que la llevó a pelar melenas femeninas y a fundar lo que bien puede ser el primer gran negocio de los hombres, un negocio de mujer.

Cuenca, 12 de septiembre de 2008

1 comentario:

Anónimo dijo...

mi estimado, yo conozco tus infulas asesinas, demoniacas, y pervertidas. En la superficie y en el fondo no matas ni una mosca,...ahora si la mosca lleva falda?

salud Carlos, y que vengan mas de estos cortos o cortes