El
arte de la repetición ha sido, a lo largo de la historia, desvalorizado, pero
nadie sabe que ante los ojos de una persona que no ha tenido el sustento económico
necesario, una mesa puede llevar hasta veintiún años repitiéndose
incansablemente, y que, cuando alguien no puede soportar la repetición del
mismo rostro, del mismo campo, de las labores diarias, entonces ruje un poeta,
el afán poético. Lo que importa de verdad para un poeta es el sacrificio, en
escribir se sacrifica el alma, se juega a que nunca se ha jugado. El sacrificio
del poeta es repetir lo irreversible, lo que no tiene vuelta ni retorno. Y,
sobre todo y de manera especial, nunca repetirse a sí mismo. Eso, lo sabe el
poeta, sería abominable y antipoético.
miércoles, 22 de mayo de 2013
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