miércoles, 22 de mayo de 2013


El arte de la repetición ha sido, a lo largo de la historia, desvalorizado, pero nadie sabe que ante los ojos de una persona que no ha tenido el sustento económico necesario, una mesa puede llevar hasta veintiún años repitiéndose incansablemente, y que, cuando alguien no puede soportar la repetición del mismo rostro, del mismo campo, de las labores diarias, entonces ruje un poeta, el afán poético. Lo que importa de verdad para un poeta es el sacrificio, en escribir se sacrifica el alma, se juega a que nunca se ha jugado. El sacrificio del poeta es repetir lo irreversible, lo que no tiene vuelta ni retorno. Y, sobre todo y de manera especial, nunca repetirse a sí mismo. Eso, lo sabe el poeta, sería abominable y antipoético.

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