jueves, 13 de noviembre de 2008

Cosas imperdibles que se pierden con frecuencia

Las mujeres
Todas las mujeres son iguales, sin embargo hay unas que son más iguales que otras.


Las palabras
El imperdible: nombre ridículo a algo que siempre se nos pierde.


La estampa
Una de las características de la literatura, es que despeina.


Las triquiñuelas
Ella no era mentirosa y por eso le gustaba ser trágica, apasionada. Donde estaba estaba más contenta. Tenía un sueño recurrente en el cual exprimía las tetas de una vaca y luego se bañaba con su leche, rejuveneciendo. Se levantaba y todavía con gotas blancas en su pelo y en las pestañas se iba al pueblo a arreglar su propio entierro... Y ese sueño le quería significar algo, o por lo menos de eso se convencía. Y volvía a renacer en ella la tragedia, incluso una especie de patetismo. Y le gustaba despertarse muy de madrugada y no volver a dormirse. Quiero decir que no sólo lo era, sino que además le gustaba serlo. Escogió ser una mártir, una puta, una enfermera en Etiopía. Era todo lo que olía a pólvora, que ideaba héroes heridos en el suelo. Todo lo que ayudara al hombre a crecer o, por lo menos, a sentirse bien. "La vida es bella", solía repetirse por doquier, intentando convencerse.

De esa manera desaforada había cultivado una suerte de "extravagancia de la referencia", apersonándose de cuanto sucedía a su alrededor, imaginando que todo era una proyección suya, sintiéndose una santa y preocupándose por todo cuanto ocurría en el mundo. Una guerra en Medio Oriente le resultaba como un dolor de cabeza intolerable o como una fractura de tibia; un huracán en la Península de Yucatán, igual a un dolor de muelas o un mareo causado por un mal trago. En definitiva, un mundo en el que pasan tantas cosas, la mayoría que tienden al acabose de la humanidad, que al comienzo no supo cómo identificar hasta que las comprendió como palabras (como sus palabras). Palabras de un lenguaje obsceno, o en su defecto mal pronunciadas, mal redactadas, con una gramática deplorable. En suma, una bullanga. Pero una bullanga que se propuso enmendar, hablando puntillosamente, sin retruécanos, cosa que fluya como el amor, como el eufemismo que es decir que algo puede fluir como el amor.
Y habló. Habló con todos los que pudo. No es difícil imaginarla en la noche, planeando discursos, conferencias, sermones o entrevistas donde ella es quien pregunta y ella misma quien responde. Más complicado es imaginar quién podría detenerse a entablar una charla de tan alto nivel sin tener de por medio un interés. Así, pues...

Llegó, como no podía ser de otra manera, la tarde en la que el ruido le resultó insoportable. Decidió, con tapones en los oídos, dejar de hacer el bien, porque ésa era la fuente de donde brotaba todo ese caudal de ruido, ¿y el pensamiento?, ¿y el silencio? Si es lo contrario al ruido, es el mal.

Por eso ahora sus objetivos son diferentes. No hace nada por nadie. A lo que se limita es a insultar cuando le piden por favor esto o aquello, y a desenfundar toda su carga de odio contra los que trabajan. De tanto pensar, se olvidó que el mundo era ella, que odiarlo era odiarse.


El ego
Debieron haber escogido otro;
soy el menos adecuado para ser yo,
yo, que tantos he sido...


La inmortalidad
Quisiera ser tú para no tener la necesidad de estar a tu lado.


La mortalidad
A veces los rasgos se nos confunden en el smog de Babilonia.

La soledad
Nos une una ansiedad abrazadora y, ahora,
toda una biblioteca, una flor ridícula, la añeja
palabra arcángel, un barco ebrio, un rosario,
tu deber de ser yo.
La condecoración
El cojo, quien además era miope, a veces miraba el campo y se ponía a pensar en su familia. A veces creía que la familia está para ser desaparecida, como en una especie de reto para el más brillante de los descendientes: lo que el mejor tiene que hacer es opacar a los que no brillan tanto, robándoles su brillo, se decía. A veces se cruzaba por su mirada un vecino muy alto llamado Hans y recordaba a su tatarabuelo que le contaba la historia del "batallón de lujo", ese regimiento compuesto sólo de hombres que pasaban el metro ochentaicinco y que fracasó en su primera y única contienda, pues resultaba sumamente fácil hacer blanco en ellos.

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