lunes, 9 de septiembre de 2013

Ella, María, nació en el mar. ¿Cómo lo sé? Por sus múltiples cualidades acuáticas. Por ser una profanadora de lo profundo. Por eso su patria es de frontera; por eso su patria puedo ser yo: porque estoy justo en el mar. Ahí andan todavía sus sombras nadadoras.
La verdad es que no sé cómo catalogarla. Como al mar, es difícil de cartografiar. Mis manos lo han pretendido. Su cuerpo lo ha negado. Ella trabaja así: con la furia de las últimas oportunidades, con la melancolía vitalista de los enfermos graves. Y yo a lo mejor eso es lo que debería hacer: escribir siempre como moribundo; o quizá como un par de moribundos: yo en constante muerte por pretender lo inalcanzable; ella en constante muerte, siendo acribillada, deshuesada, descuartizada y empalada por mi pluma ansiosa. Moribundos con salud. Yo viéndola a lo lejos, como a un ángel redivivo. Ella burlándose de mi atrofiada salud, como a un muerto que en la muerte ha fallecido: que por su abrazo vuelva a respirar.
Ella es un sufrimiento anterior a lo verbal. Eso quiere decir que, por más empeño que ponga, estas palabras ni la rozan.

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