PROCESO,
ARTE CONTEMPORÁNEO, nació en 2005, bajo la presidencia del poeta Efraín Jara,
quien había emprendido la remodelación de lo que fue durante muchos años la
sede del Instituto Azuayo de Folklore.
La sala está ubicada en los altos de la
Sala Alfonso Carrasco, y comparte corredor con la Biblioteca de la Institución
y la Sala de ensayos.
Se ha convertido, con el transcurso de
los años, en el referente del arte Nuevo y novísimo en Cuenca, lo que ha
servido para darle un corpus más amplio a la visión de un pueblo rico y a su
vez apetente de muestras iconográficas y exponenciales, de lo que se suscita en
el mundo entero. “La idea, en palabras de Cristóbal Zapata, era crear un lugar
consagrado a la exhibición y difusión de los lenguajes artísticos contemporáneos,
a manera de un gran escaparate de la producción local, nacional y hasta donde
sea posible internacional, y al mismo tiempo, hacer de ese sitio una plataforma
de intercambio, es decir, de discusión y reflexión sobre las artes visuales.”
Su nombre revela muchas cosas. Si, según la lógica jurídico-policial, todo lo
que diga puede ser usado en contra del declarante, la Sala PROCESO ha
conseguido una aproximación al arte contemporáneo diciendo mucho, lo que
entabla debate, enhorabuena, y sin infectarse en el lodazal ni caer tampoco en
la actitud de censura total. Da la impresión de que aquí se utilizan los
“fenómenos” como pre-texto para continuar con el diálogo, que es el de nuestro
pueblo, con las meditaciones, sin por ello formar parte de un cuento de hadas
trash.
Se necesita –léase: la sociedad
necesita–, como es manifiesto en Borges, en Bernhard, una capacidad magistral e
incluso histriónica para ridiculizar a la filosofía; esto es, para mostrar que
sus pretensiones son irrisorias. Sin embargo, el arte necesita de la filosofía
para su interpretación, para que diga lo que el arte no puede decir, aunque
sólo el arte pueda decirlo, en la medida en que no pueda decirlo absolutamente.
El carácter paradójico de la teoría estética, con este pálido fulgor del nihilismo,
tiene un carácter hechizante. Y el encanto, según Oscar Wilde, es de lo único
que no puede prescindir un artista.
Lo que muestra Proceso es el devenir
habitual de la gente, ese ronroneo que oímos a diario en nuestras calles, y su
silencio, que se marca en los confines de las ciudades, un silencio colmado de
expectativas, de sueños, de poesía. Aquí se guarda la memoria intempestiva, que
es la memoria efímera, es decir la del futuro.
En esta sala, durante nuestra gestión,
procuraremos demostrar la variopinta existencia del dolor, y de la belleza, de
la belleza en el dolor y de la presencia y ausencia del dolor en la belleza, de
que el museo no siempre guarda, como decía Adorno, algo más que una relación
etimológica con mausoleo, y que está más inclinado hacia la musa de la
invención que hacia el dios de la guerra.
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