martes, 31 de marzo de 2009

Cuando las teclas son Anna


Tocar el piano, sacar de éste todo su sentimiento o tratar de hacerlo sentir lo que ningún hombre supo sentir de sus caricias, que todavía reposaban en sus dedos, que todavía estancaban su capacidad de amar (desconocida por ella misma), al roce celestial de sus manos, se convirtió a final de cuentas en su ansia estética... Buscaba crear, no ser reconocida. Producir en los demás la necesidad de su presencia, o quizá el asco por su ausencia. Es más, cuando alguien la llamaba por su nombre, Anna, se sentía apabullada, como si un torrente hubiese barrido con ella, simplemente porque no toleraba pensar que ese nombre fue usado sólo para cosas útiles y no para esas cosas inútiles que le dan valía a los seres humanos. De tal manera se imaginó ante un auditorio satisfecho, ávido por más, cuyas palmas terminaban por romperse tras su rutilante acto, tras su melodía única que quizá los instaba más que a vivir, a darse muerte, a suponer que nada debía haber después de escuchar semejante expresión de Dios en la tierra.


Buscó una vida, un resultado satisfactorio a sus requerimientos. Dio con una historia que la conmovió. Escuchó acerca de un músico, cuyo talento era insuperable y acaso ya rozaba lo legendario, que estaba ensordeciendo... Imaginó una larga cadena de sucesos, desde cuando lo conocería hasta cuando lo spuplantaría en el escenario, ante los monarcas, ante los críticos de música, ante el pueblo que absorto la ensalzaría... Pero, una mujer ¿puede anhelar esos sitiales?, volvió a preguntarse.


(...)

1 comentario:

Amelie dijo...

que el matrimonio te inspire para seguir escribiendo aquiii!!!

Felicitaciones!!!