lunes, 19 de enero de 2009

Tetragrámaton

1)
He aquí al hombre. Es flaco y su sonrisa de medio lado declara en su nombre su absoluta propensión a la risa, o quizá mejor, a querer siempre reír (un anhelo que muy profundamente sabe que no podrá cumplir), lleva una camisa de algodón fina y ajada. Aviva la lumbre de un corazón podrido de latir. Afuera hay calles oscuras entre las cuales todavía perdura uno que otro campo roturado y con jirones de páramo y si se alza la vista se puede ver bosques más oscuros que esa calles donde moran todavía los últimos venados de la zona y algún oso de anteojos. Para la inquietud de propios y extraños, su mayor anhelo es volverse pocero o, en su defecto, hacerse tallador de madera, pero en realidad es maestro. La bebida le puede, cita a poetas cuyos nombres se han perdido para siempre y muy rara vez recuerda un solo verso de alguno de ellos. El hombre, para su desgracia, se sabe avivando ese fuego. Sabe que nadie lo avivará de no ser él.




2)
Sí, felizmente existen los días, las semanas, los meses para pasarse descubriendo que el mundo es diverso, complejo, emocionante, que el mundo está lleno de alegrías y de lágrimas, que en la batalla (que es ese Infierno al cual arroja el Cielo a todos) podemos pensar en nuestros amados, aunque ya de plano a esos días no los vivamos, ni siquiera los sintamos. Algunos de esos días, o en uno de esos días, o acaso durante todos esos días, leía yo. De pronto la gana se me hizo un embrollo. Quizá comida, quizá una película, quizá algo de magia femenina...
Después, no sé por qué, sospeché que mirar una mujer era haber visto el Paraíso -para mi pesar o sosiego, tuve razón. Una mujer de verdad, de aquellas que escasean, una mujer que no sólo sea mujer, sino una mujer que también sea dama, hembra y niña, y que no se olvide, de vez en cuando, de ver a un hombre de verdad. Ejemplos de esta variedad, o acaso resulte mejor decir, de esta monstruosidad de espécimen humano, los vemos muy contados a lo largo y ancho del orbe. Más difícil es encontrar algo que lo demuestre; es decir, más difícil es conceptualizar algo tan subversivo y divino en carne propia.
Películas de verdad, que muestren a gente de verdad. Gente que moquea, que babea, a los que les duele la cabeza o que, tras golpearse el pie, sangran. Gente que necesita ira al baño, que necesita amor, que necesita amar. Ese es un ejemplo de ejemplos.







3)
Lost in translation tiene una cualidad no poco elogiable: demuestra, con pocos detalles, pero bien dosificados, lo que quiere decir "película asequible", partes de una realidad que, de ser la nuestra, podríamos vivirla. Es cierto que suena a paradoja, pero así es. Si estuviéramos en el caso tanto de Charlotte cuanto de Bob, tendríamos por lo menos la tentación de vivir lo que ellos viven por primera o última vez; aunque se la primera o la última vez. Y algunos, cuando ellas despiertan, lo viven. Tu olvido, dice Sabina, es un descuido de mi pasión.

4)
Un nombre está esculpido, no grabado, no escrito (¿quién se atrevería a decir garabateado o alguna necedad similar?) en el rostro de cada uno de nosotros. Borges lo vio en las rayas de un tigre que Bengala, que era su dilecto; Shakespeare en un cráneo preguntón; Byron en las noches de estrellas fugaces, pero en los espacios negros y vacíos que dejaban las luces y no precisamente en la luminosidad.
No son las arrugas, ni los gestos (furtivos o arbitrarios); no son las noches que nos muestran otra cara, otra cara nuestra, ni el alcohol que sirve para en el espejo encontrar un nuevo o viejo yo, o que en la resaca surte un efecto casi inmejorable para la distorisón, una distorsión, no obstante, que quizá nos muestre tal como somos.
Lo que es, es un efecto metafísico que moldea nuestra expresión, que nos torna felices o nauseabundos, que nos acoge o nos desprecia. Es ese algo innombrable que a veces se llama "ella", a veces "él", a veces "yo".

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